Si me preguntan … puedo decir que se trata
de individuos abandonados en medio de la nada esperando a ser rescatados por
alguien que nunca llega mientras las peleas y discusiones entre ellos hacen
crecer la duda e intranquilidad.
Los signos como el maquillaje, la utilería,
el vestuario, el lenguaje y el espacio estaban organizados para crear un clima
de soledad y desolación interna. La desesperación y la angustia se hacía
notoria a lo largo del tiempo.
El espacio era un lugar desierto, aunque no
había arena. Cuando busqué la definición
de páramo encontré que es un “terreno llano, yermo, desabrigado y elevado”. En esta obra, el espacio era un cuadrado, los
espectadores podíamos sentarnos en cualquiera de los lados. Entonces pude ver
que había una ruptura con el espacio a la italiana, es decir con el espacio
tradicional. Por eso, los espectadores podíamos ver partes o fragmentos de cada
escena. Los actores se movían desde el
centro hacia las diagonales que parecían caminos, caminos que para los
personajes no los llevaba a ninguna parte.
La puesta en escena se completaba con la
iluminación, el vestuario y maquillaje de colores tristes: marrones, blancos y
grises. Los personajes estaban uniformados casi que no se podían distinguir
quién era quién realmente, como si un personaje se repitiera en el otro. El
maquillaje hacía que las caras de los actores parezcan máscaras pálidas y ojos
rojos, morados, sufrientes. Los personajes se parecían a un cuadro muy famoso: El Grito de Edward Munch por esa
sensación de abandono y desesperación que genera en uno.
Los
cuerpos y los movimientos de los actores eran de una coordinación conjunta y lograron
una gran interpretación actoral y profesional. Davide Arroyo, Sofía Párraga, Rocío Fernández
y Ariadna Fleming , estudiantes del TAP (Trayecto de Formación Profesional) del
nivel medio, son jóvenes y lograron un trabajo muy preciso y lo hicieron desde una
de las materias de la Escuela de Teatro con la dirección de sus profesores Sergio
Díaz Fernández y Martin Calvó.
Mariano Jándula
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